Ayer me hice el mejor regalo posible. De la manera más inesperada, lo que iba a ser un simple tránsito se convirtió en un paseo grandioso, mecida por un sol enérgico que me descubrió nuevas imágenes de la ciudad. En una pausa merecida, de camino a una cita con una buena amiga, de pronto me di cuenta que siempre iba por el mismo camino, y decidí explorar otra ruta menos habitual, más larga y bella, pausada y sin prisa, concentrada en el paisaje.

La verdad es que últimamente estoy un poco anquilosada, demasiado tiempo sentada ante el ordenador empieza a pasar factura, y las piernas se resisten a grandes esfuerzos. Pero paso a paso me fui sintiendo cada vez más ligera y vital, mirando a un lado y a otro con curiosidad, saludando a las gaviotas que acampaban en la ribera del río, escuchando a los pájaros que cantaban desde los árboles, a cada paso mas ágil.

Tardé diez minutos más en llegar, y a cambio encontré calma y una visión nueva del paisaje habitual, hice un ejercicio que me estaba haciendo falta, y al llegar a mi destino, en mi cara se dibujaba una sonrisa. Para quienes no somos muy aficionados a practicar deporte, caminar constituye un ejercicio muy beneficioso y poco exigente en cuanto a equipación, pues basta con calzado y ropa cómoda.

Flexible en cuanto a horarios y lugares donde practicarlo, se adapta gradualmente a nuestra capacidad y estado de forma. Se puede hacer en compañía o en soledad, en silencio o charlando, en invierno o en verano. Mejora la circulación, quema grasas y toxinas, fortalece el sistema cardiovascular y tonifica la musculatura de las piernas. ¿De verdad vamos a privarnos de este autorregalo tan maravilloso? No lo creo, vamos cogiendo las llaves y salimos en tres, dos, uno.

Imagen vía | Francisco Javier Martín