Nunca he tenido las uñas fuertes, y siempre he envidiado las manos cuidadas con bonitas uñas elegantemente pintadas. He pasado horas limándolas, cortándolas, y aplicándoles endurecedor, para tener como recompensa una esquirla rota o un desconchón inoportuno, en definitiva, unas manos descuidadas, de esas que mejor se esconden en el bolsillo. Hasta hace un año. Entonces decidí probar las uñas esculpidas, más conocidas como uñas de gel, acrílico o porcelana.
La verdad es que la tendencia actual deja atrás la porcelana, opaca y algo anticuada, por el acrílico y el gel, que consiguen uñas más naturales totalmente transparentes. Yo he probado las tres opciones, y de entre todas me quedo con el acrílico, ya que es más fácil de retirar llegado el momento, además de tener una aplicación menos costosa, ya que el gel solo endurece bajo una luz violeta, produciendo una ligera quemazón que puede llegar a ser desagradable. Por contra, el acrílico seca al aire, y los resultados son muy buenos.
Es recomendable pedir que utilicen una mezcla con un tono ligeramente rosado, ya que matiza la transparencia y compensa el amarilleo, común en estas técnicas pasado un tiempo. Las uñas esculpidas, ya sean en gel o en acrílico, se rellenan cada tres semanas aproximadamente para compensar el crecimiento de la uña.
Los precios varían de un salón a otro, oscilando entre los treinta y cinco y los sesenta euros, y en este sentido, el mejor consejo que os puedo dar es que, si os habéis decidido, no escatiméis, escoged un lugar en el que trabajen con esmero y garantías sanitarias, sin olvidar que una mala práctica puede dar lugar a infecciones y contagios indeseables.
Las ventaja principal es clara: tener unas manos impecables sin necesidad de prestar atención a las uñas a diario, pudiendo cambiarlas de color a nuestro antojo.
Imagen vía | Bex. Walton en Flickr