En octubre se celebraba el Día Mundial del Pan. El él se homenajea a este humilde alimento que ha supuesto la base de la nutrición popular durante siglos en nuestra parte del planeta. Hace unos años, sin embargo, recién superada la época de carencias en nuestro país, fue dado de lado por considerarse alimento “de pobres”. Por fortuna tal esnobismo ha sido abandonado, experimentando últimamente un bienvenido renacer que reivindica todas sus propiedades nutricionales y culturales. Al fin y al cabo, el pan está presente en toda nuestra Historia.

El pan es un alimento mucho más complejo de lo que podría parecer por su sencilla composición (harina, agua, levadura y sal). Es fuente de hidratos de carbono, proteínas, aminoácidos y ácido fólico, mientras que no aporta nada o casi nada de matera grasa. Además es una de las fuentes principales de fibra en nuestra dieta, sobre todo si está realizado con harinas integrales. Por supuesto, la leyenda urbana de que el pan engorda no es más que eso: lo que engorda, si podemos hablar así, es la cantidad de grasa con que lo acompañamos. Naturalmente, si con cada comida devoramos una barra de medio kilo, los michelines estarán asegurados.

Como vemos, el pan aporta un sinfín de nutrientes a nuestro organismo. O debería decir “aportaba”, porque la popularización de los panes industriales, repletos de conservantes y otros productos químicos, ha logrado que nos acostumbremos a estas barras insípidas y huecas, privándonos así de los grandes beneficios de aquél.

Coincidiendo con la celebración de este Día Mundial del Pan, quiero proponeros que preparéis vosotras mismas el pan que vayáis a consumir. No os asustéis, es algo muy sencillo y podéis aprovechar un día que vayáis a poner el horno para cualquier otra cosa. Existen miles de recetas en Internet, de manera que sólo tendréis que elegir la que consideréis más adecuada y poneros manos a la obra.

Puede que no os salga de entrada el pan más bonito del mundo, pero la sensación de consumir lo que hemos elaborado con nuestras propias manos no tiene precio. Además, el sabor y la calidad será en cualquier caso muy superior al que estáis acostumbradas y, si os animáis a seguir practicando, estoy segura de que muy ponto os habréis convertido en auténticas expertas en el tema. Como guinda, no existe olor más rico que el del pan recién horneado, ¿no creéis?

¿Y vosotras? ¿Cocéis vuestro propio pan? ¿Qué receta seguís? Estamos deseando aprender de vosotras, ¡contadnos!

Imagen| Bigstockphoto