Escuchamos a los mayores decir “se han perdido los modales”. Bueno, es algo bastante generalizado en la Historia: cada generación piensa que después de la suya, todas las demás van de capa caída y serán peores, más indolentes, vagos y maleducados. Pero, en este caso, ¿habría que darles la razón?

Habría que empezar analizando qué es la buena educación. Nos lo enseñaban de pequeñitas: “da las gracias, pide las cosas por favor, no empujes, no grites…”. Nada demasiado complicado, ¿no? Y sin embargo, parece que a una gran parte de la población se le ha olvidado completamente. Antes se decía que la buena educación provenía de haber ido a “buenos colegios”, es decir, de familias acomodadas. Este comentario clasista no se sostiene por ningún lado en cuanto observamos a personas educadísimas de bajo nivel adquisitivo frente a personas que se encuentran en posiciones más privilegiadas y que desconocen las más elementales normas de educación.

Existen varias teorías para justificar este proliferar de la ausencia de modales. Una de ellas acusa directamente (y cómo no) a la televisión. Hace años, las personas de maneras poco cuidadas apenas si tenían representación en los medios de masas, y cuando lo hacían era desde una perspectiva negativa. Ahora, en cambio, y seguro que todas tenemos alguna figura en mente, se está procediendo a una suerte de “glorificación” de lo soez y basto, permitiendo que personas de muy baja estofa (y no me refiero a su procedencia social, sino a su proceder) acaparen horas de emisión y se conviertan, mal que bien, en un ejemplo a seguir.

Existe otro tipo de personas que, sintiéndose inferiores e inseguras en su entorno, tratan de mantener un cierto y ficticio “estatus” social mostrándose altaneras y displicentes con aquellos a quienes consideran “inferiores” y adoptando una postura absolutamente servil con los contemplados como “superiores”. Esto, que parece caricaturesco, existe cada vez más en una extraña vuelta de tuerca que sugiere una incapacidad para aceptarse a uno mismo como perteneciente a esa gran masa heterogénea llamada ciudadanía.

Algo tan sencillo y al alcance de cualquiera como tratar de que la gente que nos rodea se sienta bien es, aparte de un pequeño aporte para hacer de nuestro entorno un mundo mejor, una insignificante inversión que a la larga nos logra grandes beneficios. Porque, al final del día, ¿qué se recuerda más? ¿A esas personas que entraron con nosotros en el ascensor empujándonos groseramente, o a la que te despidió con suaves palabras y una encantadora sonrisa? La buena educación es una llave maestra que abre todas las puertas. ¡No dejemos que se pierda!

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