Como toda convención estética, ha variado a lo largo de la historia y es muy diferente según entornos culturales. Es el vello corporal, algo tan natural como controvertido y cuya apreciación está en evolución constante: de hecho, era algo patrimonio exclusivo de la feminidad y últimamente está arrastrando a nuestros compañeros masculinos.

Pero, ¿por qué? ¿Qué hace que, por ejemplo, unas axilas deban estar limpias completamente pero unos antebrazos no? ¿O que la forma en la que se perfilan las cejas varíe tanto en función de la moda? (Para comprobar lo que digo, no hay más que examinar las firmes y pobladas cejas de principios de los ochenta y compararlas con las mucho más estilizadas de hace cinco años a esta parte, momento en el que, de nuevo, tienden a engrosarse).

La industria de la cosmética se basa en convencernos de que tenemos algo defectuoso en nuestro organismo que debemos modificar para ser socialmente aceptados. Este “algo” comienza desde el color de nuestro rostro, que alteramos mediante maquillajes, hasta nuestra altura (tacones), forma del cuerpo (dietas, corsés, fajas…), etc. El vello es sólo una pequeña muestra de la esclavitud a la que todos, hombres y mujeres, estamos sometidos. Pero, ¿es cierto esto? ¿Es esclavitud u opción? ¿Podemos, en este caso, elegir?

Desde bien jovencitas nos han acostumbrado a depilarnos como mínimo las axilas. Desde el momento de la llegada a la pubertad, en cuanto el vello no deseado hizo su aparición, alguien nos enseñó cómo librarnos de él. ¿Pudimos entonces elegir? Incluso ahora, ya mujeres seguras de nosotras mismas, ¿nos sentiríamos igual de bellas si no luciéramos perfectamente depiladas?

No pretendo desde estas líneas convenceros de romper vuestras cuchillas o tirar vuestro set de maquillaje. Yo misma sería incapaz de lucir unas axilas libres y velludas, o un entrecejo sin definir, aunque confieso que, cuando alguna de mis amigas se muestra tan libre de prejuicios, experimento hacia ella una terrible admiración y envidia. Quería reflexionar junto a vosotras acerca de todo esto: no es más que una de las múltiples cadenas que llevamos colgando del cuello y, pese a ser conscientes, muchas no estamos tan dispuestas a quitárnosla.

¿Por qué creéis que esto ocurre así? ¿Y vosotras? ¿Sois unas maniáticas de la depilación o habéis optado por escapar de esta obligación? ¡Contadnos vuestra experiencia!

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