… están las sepulturas llenas. De nuevo el refranero español nos da la pista de uno de los grandes vicios que padecemos en nuestro país: las cenas copiosas y tardías que tanto daño nos hacen y que, sin embargo, nos resistimos a abandonar. Y es que ¿hay algo más triste que ese hábito anglosajón de cenar a media tarde para acostarse a las diez?
Y sin embargo, esa costumbre extranjera es mucho más sana que nuestro afán por alargar la velada más allá de lo razonable. La siesta, ese sueño ligero y reparador después de una buena comida, es algo muy saludable. ¿Por qué habría de ser distinto acostarse después de cenar? Este razonamiento equívoco sólo nos ha proporcionado en el pasado una colección de surtidas pesadillas y una mañana muy difícil de afrontar. ¿Por qué?
El sueño nocturno, por su duración e intensidad, es muy diferente a la cabezada de primera hora de la tarde. Por la noche el sueño se encuentra principalmente en fase de ondas lentas con picos de fase REM. Ese sueño profundo comienza pasada la media hora de sueño, es decir, justo cuando terminaría una siesta razonable, y supone una ralentización de las funciones corporales absolutamente incompatible con el esfuerzo que implica una digestión pesada.
Durante el proceso digestivo se liberan grandes cantidades de energía en nuestro cerebro, que estaría dirigiendo toda la compleja operación de la digestión como un cuartel de mando. Si estamos durmiendo, nuestro subconsciente se libera, interpretando de manera muy libre las distintas sensaciones de la digestión, produciendo a veces sueños inquietos e incluso, si estamos predispuestas psicológicamente a ello, pesadillas. Al despertar, nuestro organismo va a protestar por esa falta de descanso real, mediante dolores, cansancio y malestar.
Procura a toda costa evitar acostarte después de una cena abundante. Si no te queda más remedio que acostarte inmediatamente después de una copiosa cena, procura prepararte una infusión digestiva que facilite a tu organismo la ardua tarea que le espera. En la medida de lo posible planea tu alimentación tratando de no saltarte ninguna comida (lo ideal son cinco ingestas diarias: desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena) y tomando algo ligero para terminar la jornada. Espera un par de horas antes de irte a la cama o da un pequeño paseo para “bajar la cena”. Tu cuerpo y tu salud lo agradecerán.
Imagen| Bigstockphoto