No todo lo pasado fue mejor. A pesar del dicho popular, me encantan los avances que han traído estas últimas décadas. Una posibilidad casi infinita de acceder a la información, mas comodidad en las tareas, mayor rapidez en la comunicación.

A propósito de un artículo leído en Diario del Viajero, me entero de la existencia de un Museo Olivetti donde las reinas absolutas de la colección son aquellas máquinas de escribir que nos destrozaban las uñas y nos teñían los dedos de tinta.

Y mi memoria se va a una oficina de los ochentas, cuando un jefe me hacía repetir una y otra vez una carta o un contrato o lo que fuera, hasta que estuviera perfecto. No había programas editores de texto ni copiar y pegar posibles. Había que colocar una nueva página en blanco, darle al rodillo para ponerla en posición, y comenzar a teclear íntegramente todo de nuevo.

¿Recuerdas el papel carbón? Cuando se trataba de hacer varias copias de un mismo documento y para no tener que teclearlo cada vez, usábamos esos folios rebeldes que solían estropear todo el trabajo, en lugar de ayudarnos.

No todo tiempo pasado fue mejor. En este caso, las tareas de escritura «a máquina» se han simplificado tanto que hoy por hoy no supone ningún dolor de cabeza borrar y arreglar, hacer una o 100 copias exactamente iguales, personalizar o realizar varias versiones con una simple operación desde el teclado del ordenador.

Sin embargo… el repiqueteo de aquellas teclas mecánicas, el sonido del caracter golpeando la cinta negra para dejar huella en el papel, tenía su magia. Hoy podemos revivirla (sin sufrirla) en el Museo Olivetti, en un edificio original de los años 50 en el extremo de la Piazza San Marco, en Venecia.