En los tiempos que corren el mensaje es único: ahorrad, ahorrad que esto se viene abajo y no sabemos qué ocurrirá mañana. Parece que la crisis económica ocupa todo nuestro horizonte, de manera que hay que transformarse en la famosa hormiga del cuento y guardar para el inevitable invierno que se avecina. Ahora bien, ¿nunca te has parado a pensar para qué ahorramos en realidad?
Porque una cosa es ahorrar con un objetivo claro: quiero llegar a poseer tanto dinero que me permitirá invertir en esto que me interesa, o comprar aquello, o asegurarme una jubilación acomodada. Y otra muy diferente ahorrar por ahorrar, porque es lo que hay que hacer, y hacerlo de manera compulsiva, inhibiéndote de cualquier gasto no imprescindible.
Sin embargo, ¿para qué quieres ese dinero? ¿Acaso el dinero no es sino un medio para llegar a algo, para obtener algo? A menudo, la obsesión por ahorrar lleva a que el dinero se transforme en un fin en sí mismo. Algo que nos produce placer y seguridad poseer, que nos diferencia del resto o a lo que nos dedicamos en cuerpo y alma. Pero, ¿para qué?
Existe un dicho: “a quien vive pobre para morir rico, llámale borrico”. En estos años, la obsesión por la seguridad está creando una patología dramática: la del ahorrador compulsivo que, simplemente, vive obsesionado con ahorrar. Ningún gasto le parece sensato, ningún capricho permisible. Pasan los años y, como un Tío Gilito de carne y hueso, comprueba como aumenta su cuenta corriente, sin que por ello se permita ni un descanso en ese constante ahorrar. Amontona un dinero que, por los vaivenes del mercado, pierde su valor constantemente, de forma que, ni lo disfrutó en su momento, ni luego servirá para tanto como antaño.
Ahorrar es un hábito de prudencia. Reservar parte de los ingresos para llevar a cabo una actividad costosa pero apetecible, o para cubrirse las espaldas en previsión de imponderables es algo razonable e incluso aplaudible. Pero centrar toda la energía en el aumento de esas cifras a fin de mes en la cartilla, trabajar sólo para ello sin llegar en ningún momento a disfrutar de los frutos arduamente trabajados entra en el campo de lo enfermizo. La tacañería hace tiempo que dejó de ser una virtud.
¿Y tú? ¿Qué eres ahorradora o tacaña? ¿O más bien manirrota? ¡Cuéntanos! Queremos conocerte mejor.
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