Hace años viajar en tren era sinónimo de lentitud. Cuando era pequeña vivíamos justo enfrente de una estación, y nuestras ventanas daban directamente a los andenes. Entonces entretenía algunas tardes observando a los viajeros, sabiendo de las largas horas de viaje que les esperaban hasta llegar a sus destinos.
Hoy en día, sigue habiendo algunos recorridos que apenas han avanzado en ese sentido, pero desde hace unos años se ha implantado una nueva manera de viajar sobre raíles a la velocidad del rayo: el tren de Alta Velocidad. Cuando viajas en este medio de transporte, hay una conversación recurrente que siempre sale a relucir entre quienes viajan en grupo, comparando el tren de Alta Velocidad con el avión. Cierto es que empieza a ser un tópico, pero en realidad no les falta razón, ya que resulta mucho más cómodo que entregarse a una aerolínea.
La puntualidad es una de sus bazas, además de la ausencia de antelación para el embarque, dos puntos que enfrentados a la realidad de los aviones, deja a estos en clara desventaja ante trayectos domésticos. La comodidad de no perder de vista las maletas, ni tener que preocuparse de pasar duros controles en busca de líquidos, u otros contenidos susceptibles de considerarse sospechosos, convence a muchos a la hora de escogerlo. Por no hablar de realizar la llegada prácticamente en el centro de las ciudades, evitando desplazamientos añadidos.
No sé si me dejo algo por comentar, pero aparte de todo esto, yo disfruto mucho del paisaje, intento reservar ventana siempre que puedo, y me entrego por completo a la contemplación. Además, no dejo pasar el momento para buscar algún encuadre y hacer fotografías.
Imagen vía | Viajar 24h en Flickr