Por fortuna para todas (y todos), en los tiempos que corren el sexo ha dejado de ser un tema tabú para formar parte de nuestras conversaciones cotidianas. Esta familiaridad ha favorecido la eliminación de muchos prejuicios y represiones que nos impedían mantener una vida más sana y natural; pues nada más sano y natural que una vida sexual plena y sin cortapisas.

Aunque existentes desde hace siglos, los juguetes sexuales han experimentado en los últimos tiempos un importante auge y popularización, de manera que a nadie ya escandaliza la presencia de estos compañeros en nuestra intimidad. Uno de los más comunes, el vibrador, posee un origen, sin embargo, alejado del propósito lúdico con el que hoy se conoce.

En la antigüedad se describió a un conjunto de síntomas como “histeria femenina”. En la época victoriana entre estos síntomas se incluyeron irritabilidad, desmayos, insuficiencia respiratoria o espasmos, entre otros muchos. Para contrarrestarlos se procedía a estimular la zona pélvica hasta que la paciente alcanzaba lo que ellos denominaron “paroxismo histérico”: un orgasmo. Hemos de recordar que estamos hablando de una época de máxima represión en la que se denegaba sistemáticamente a la mujer su impulso sexual. Además resultaba francamente útil: casi cualquier síntoma podría circunscribirse a esta descripción, favoreciendo así el (perezoso) diagnóstico y se trataba de una enfermedad no mortal, pero que precisaba de tratamiento continuado.

En el último tercio del s. XIX aparecieron los primeros vibradores, siendo empleados en balnearios de lujo. Su fin, como queda dicho, era meramente terapéutico pues, aunque se reconocía que el origen de la “enfermedad” era la insatisfacción sexual, no se admitía su propósito sexual. Con la popularización de la electricidad se popularizó también un tipo de vibrador casero, viniendo a ser uno de los primeros electrodomésticos. En periódicos y revistas de moda de principios del s. XX se pueden ver anuncios de estos “satisfactorios artilugios de masaje”. Pronto surgieron versiones para varones, siempre con esta coartada médica.

Sin embargo, hacia la década de los cincuenta, la psiquiatría eliminó la “histeria femenina” del listado de enfermedades, admitiendo por fin que el vibrador era un artilugio masturbatorio. Esto, unido a auge de las películas pornográficas en las que aparecían vibradores, provocó que la visión que se tenía de ellos cambiase radicalmente; de aséptico masajeador terapéutico a instrumento de perversión, lo que provocó su desaparición de las revistas femeninas.

Tuvo que llegar la liberación sexual y el cambio de mentalidad que ésta supuso para que el vibrador recuperase un lugar en las estanterías populares, lejos de la sordidez y pseudo clandestinidad de los antiguos sex shops. Hoy en día es considerado uno de los más importantes artículos eróticos, y de los más solicitados, junto con nuestras imprescindibles bolas chinas.

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