Alexandra nació en el seno de una familia acomodada en 1868, en pleno auge de la moral victoriana que decretaba que su máxima aspiración había de ser contraer matrimonio y mantenerse en un plano siempre secundario. Pero ella, mujer inteligente e inquieta, no había nacido para seguir las normas de nadie.

Tras una primera juventud de viajes y aprendizajes (recorrió media Europa, parte de ella en bicicleta, y la India), a los 25 años era ya “demasiado mayor”: al no estar casada y no disponer de más fortuna (todo lo había invertido en sus viajes) lo tradicional era que se dedicase a la música. Dotada para el canto, es contratada con 27 años por la Ópera de Hanoi, viajando e incluso componiendo alguna pieza de gran éxito.

A los treinta y seis años de edad (para la época ya era un “caso perdido”) decide casarse con el hombre que había sido su amante los últimos cuatro años, algo escandaloso para entonces. Su carrera literaria despega, pero se siente atrapada y comienza a padecer de los nervios. En 1911 decide ser fiel a su instinto: a los cuarenta y tres años se marcha de su lado (aunque siempre serían amigos y mantendrían una interesantísima correspondencia), se lanza de nuevo a la aventura, comenzando su “verdadera vida” entonces, como ella misma dijo, y convirtiéndose en personaje legendario gracias a su osadía, su valor y su imparable curiosidad.

Recorre la India y el Tíbet adquiriendo cada vez más reconocimiento con sus escritos. Viaja prácticamente sola, vestida con túnicas, ocultando su tez blanca bajo una capa de hollín para pasar desapercibida. Medita en grutas de montaña, expuesta a morir de frío, hasta que alcanza la iluminación y es reconocida por los monjes como Mujer Sabia, Maestra. Adopta a un joven tibetano que se convierte en su discípulo y seguidor y, a los cincuenta y siete años, decide viajar hasta la ciudad de Lhasa, cuyo acceso estaba prohibido a los occidentales. Tardaría tres años más en cumplir esta empresa.

De vuelta a Francia es recibida como una heroína, y se dedica a escribir acerca de sus viajes, ayudada por su joven discípulo hasta la muerte de éste. Aunque abatida por su pérdida, continúa su trabajo incansablemente. Cumplidos los cien años, se renueva el pasaporte, dispuesta a continuar con sus viajes.

Que nada ni nadie te diga lo que has de sentir y vivir en tu interior. Ni la edad ni las dificultades impidieron a Alexandra mantenerse fiel a sí misma: vivió su pasión por el viaje y el conocimiento hasta sus últimas consecuencias.

Fuente|Alexandra David-Néel.org

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