Todos tenemos en la mente una idea de las vacaciones como un remanso de paz y relax, pero también sabemos que hacer ese pensamiento realidad no siempre es fácil, y que depende de cómo nos planteemos esos días, los previos, y los posteriores, volveremos al trabajo renovadas o más crispadas aún.
Si no tenemos la suerte de cambiar de aires y nos quedamos en casa durante el verano, tenemos que aplicarnos para que esas también sean unas buenas vacaciones. Marquemos un ritmo de tareas de baja intensidad, algo así como unos servicios mínimos en los que toda la familia se implique, así la carga de trabajo doméstico será la mínima y al estar repartida, apenas la notaremos. Este reparto revertirá en un sentimiento de equipo que seguro dará unión a toda la familia.
Busquemos actividades que nos plazcan: cine de verano, alguna cena al aire libre, una jornada de playa o piscina o una pequeña escapada a un lugar cercano. Pero no dejemos de reservar momentos para nosotras, una buena lectura, ver ese peliculón que sólo nos gusta a nosotras, o dar un paseo nocturno con una buena amiga. Comamos de manera sencilla, sin abusar de largas preparaciones; la plancha, las ensaladas, y las cocciones cortas son nuestros aliados para no pasar nuestro tiempo de descanso en la cocina.
Si tenemos pensado salir de viaje, tenemos que ponernos las pilas para que esta circunstancia no sea una carga. La clave es, al igual que en el caso de quedarnos en casa, repartir tareas en los días previos, pues la preparación de un viaje lleva su trabajo. Una vez en el destino, además de aplicar los consejos anteriores, procuraremos que el planning de vistas sea coherente y relajado, es mejor dejar una ermita sin visitar que sentirse agobiada por prisas y horarios imposibles.
Debemos tener presente que las vacaciones son para todos, también para nosotras. Son unos días preciosos que debemos aprovechar para desconectar del trabajo y el agobio de la rutina diaria.
Imagen vía | Judacoregio en Flickr
