Las pérdidas involuntarias de orina son una queja muy frecuente en las mujeres a partir de los 60 años. Según la AHCPR (Agency for Health Care Policy and Research) de Estados Unidos, es una de las circunstancias médicas que mayor impacto supone para quien la sufre, incluso equiparándolo al de la diabetes mellitus y la hipertensión arterial. Detectarla y abordarla de manera eficaz ayudará a no sentirse avergonzada por ella y afrontarla de manera adecuada.

La incontinencia de esfuerzo más frecuente es la que los expertos denominan “Incontinencia Urinaria de Esfuerzo genuina”. Para frenar la incontinencia, la presión intravesical, es decir, la fuerza que produce la orina contra las paredes de la vejiga cuando se llena, debe distribuirse por igual entre la vejiga y la uretra; cuando la presión intravesical supera un cierto umbral, los músculos (en concreto el músculo detrusor) necesarios para el vaciado normal de la vejiga no se contraerán y se producirá la pérdida de orina involuntaria.

También puede suceder que la uretra no esté funcionando como esfínter, impidiendo el cierre adecuado. Este caso es menos frecuente que la incontinencia urinaria genuina y los expertos la llaman “incontinencia urinaria por deficiencia intrínseca del esfínter”.

La pérdida de estructuras de sostén, que fijan la vejiga y la uretra en la cavidad abdominal, o el debilitamiento de las estructuras que configuran el suelo pélvico por partos, cirugías, obesidad, etc., harán que la presión no se transmita a la uretra, como sucede de manera normal, sino que se transmitirá al cuello vesical, provocando la apertura del esfínter y el vaciado de la vejiga de manera involuntaria.

Realizar un entrenamiento de los músculos de la pelvis contribuirá a fortalecer el mecanismo del esfínter y, en situaciones específicas, ayudar a conseguir la continencia urinaria.

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