Ida Pfeiffer había sido una niña rebelde y de grandes sueños que se vieron truncados por un entorno tradicional y opresor para las mujeres. Nacida en 1797 en Viena, casada por conveniencia con un hombre veinticinco años mayor que ella, del que acabaría separándose, hubo de esperar a que sus hijos volaran del nido para, por fin, hacer lo propio.

Así, cuando contaba ya con 45 años, se lanzó a un viaje que la llevaría por Estambul a Palestina y luego a recorrer Egipto. Publicó las crónicas de sus viajes, consiguiendo así dinero para proseguir con su gran pasión: conocer el mundo, cuya vuelta realizó hasta en dos ocasiones, incluyendo zonas inexploradas hasta el momento por los occidentales. A lo largo de cada uno de ellos no sólo recopiló datos y anécdotas, sino que recolectó plantas, insectos y otros animales y minerales que ampliaron las colecciones de los Museos de Ciencia Natural de Viena y Berlín. Murió a los 61 años de edad, probablemente de una enfermedad contraída en alguno de sus largos viajes.

Ida no era rica. Aunque había contado con una posición acomodada, ciertos problemas la llevaron a tener que dar clases de piano dibujo para mantener a su familia. Sin embargo, su arrojo no conocía límites, así como su desenvoltura. De ella, que siempre viajó con lo mínimo, se ha llegado a decir que fue la “primera mochilera de la historia”. Este ascetismo la permitió contactar mejor con los lugareños, viviendo a menudo entre ellos y como ellos, llegando a conocerlos y estimarlos.

Como anécdota que refleja el espíritu aventurero de esta gran mujer se narra su encuentro con los Bataks antropófagos de Sumatra, que al verla hicieron gestos de querer matarla para comérsela. Ella, a su vez por gestos, les replicó que era demasiado vieja y seca como para constituir un buen plato. Aquello les hizo tanta gracia que la dejaron partir.

Como veis, a menudo las circunstancias de cada una nos impiden cumplir nuestros más anhelados sueños, pero siempre hay un momento para retomarlos. Ni la edad, hay que recordar que en el siglo XIX una mujer de 45 años era prácticamente una anciana, ni la falta de recursos ni la estricta moral de la época que teóricamente la tenía que haber recluido entre las cuatro paredes de su casa, pudieron con Ida, que al final cumplió su gran sueño y nos legó sus descubrimientos en forma de importantísima crónica de un mundo desaparecido.

Que no te hagan creer que no puedes. Los sueños han sido creados para cumplirse. ¡Siempre adelante!

Imagen| Museo de la ciudad de Viena a través de Österreichischer Rundfunk