Hace unos años lo tradicional era que la familia se reuniese en torno a la mesa del comedor al menos una vez al día. Hoy esta circunstancia es más difícil, a menudo los horarios no coinciden y esta costumbre tan bella y que tanto contribuía a fortalecer los lazos familiares está desapareciendo. Aún así, todavía permanece como acontecimiento, aunque sólo sea en ocasiones especiales, bien con la familia más cercana, bien con amigos.

Comer juntos tiene algo de ritual místico. Una buena comida, regada, por qué no, con un buen vino, hace que el humor mejore, que la conversación fluya, que la amistad florezca, las mejores ideas toman forma, los proyectos más arriesgados se ven accesibles; la vida, en fin, parece más bella. El proceso de una digestión perfecta exige unos ciertos ritmos que, en una comida familiar, entre charlas y con el correcto orden de platos, se produce de manera natural. Pero para que esta experiencia sea perfecta, es necesario respetar algunas normas.

En las zonas donde la gastronomía es reina, se tiene el dicho: “en la mesa, ni dinero ni política”. Esto es así porque de todos es sabido cómo estos dos temas pueden hacer que las discusiones alcancen un tono demasiado violento, impidiendo que los beneficiosos efectos de una comida en compañía se logren, siendo incluso sustituidos por una peligrosa indigestión. Naturalmente, este refrán se hará extensible a todos los temas de conversación susceptibles de provocar efectos no deseables en aras de una velada en armonía.

Nunca se debería provocar un mal momento en la mesa, pero es precisamente ahora, cuando el ritual de la comida en compañía se encuentra en decadencia, que hay que mimar estos instantes de tregua, transformarlos en algo deseable, algo que perseguir y repetir cuantas más veces mejor. El mundo moderno no deja mucho tiempo para disfrutar de la compañía de los otros, favoreciendo el aislamiento de los individuos que, así, separados de los otros miembros del grupo, se sienten cada vez más solos y desamparados. Recuperar el placer de una buena mesa en una buena compañía resulta no sólo placentero, sin altamente beneficioso. Eso sí: recuerda dejar las ganas de discutir para otro momento más adecuado.

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