Todas lo hacemos. Sabemos que tenemos esa tarea pendiente, algo que es importante, que necesitamos que esté terminado ya… pero no nos ponemos a ello. Nos dedicamos a otras mil cositas de menor relevancia, algunas de ellas verdaderamente absurdas, simplemente porque nos da una pereza horrible dedicar ese mismo tiempo a eliminar de nuestra lista esa única tarea. Estamos procrastinando.

Es algo normal, el ser humano tiene una tendencia natural al escapismo contra la que hay que luchar constantemente. A veces, hay que confesarlo, esa pelea se hace tremendamente dura. Pero no debemos dejarnos vencer. Cada tarea aplazada innecesariamente se acumula a las demás, construyendo una montaña cada vez más difícil de escalar.

Lo primero de todo en esta pelea contra una misma sería estar atenta a las señales. ¿Tienes sensación de desánimo cuando piensas en las tareas pendientes? ¿Sientes, de pronto, una inexplicable necesidad de dejarlo todo correr? ¿Cosas normales en tu rutina te parecen ahora sin sentido? Probablemente es porque en tu lista de “deberes” se encuentra al menos uno en concreto que se te hace cuesta arriba.

Localizar esa o esas tareas es el primer paso. Asume que están ahí, que no desaparecerán por más que las ignores y que, peor aún, se aliarán con otras tantas que irán apareciendo, creando un indeseado efecto de “bola de nieve”. Ten en cuenta además cómo te sientes al pensar en ello: generalmente, el tener una tarea sin hacer nos causa desasosiego y malestar, una tensión absolutamente innecesaria y que es, a menudo, mucho peor y más agotadora que lo que sentiríamos al realizar la tarea en sí. Y sin embargo, continuamos engañándonos a nosotras mismas: “me preparo un café y me pongo a ello”, o “lo haré en cuanto compruebe mi correo electrónico”. Te suena, ¿verdad?

Esperar a “estar motivada” para enfrentarte a ello tampoco sirve de nada. Si ahora no te apetece, ¿qué te hace pensar que lo hará en un rato? ¡Ármate de valor y lánzate a ello sin miedo! Comprobarás dos cosas: que no era tan terrible, y que una vez terminado la paz y tranquilidad que se experimenta compensa con creces el esfuerzo de la decisión.

Acostúmbrate a permitirte un pequeño premio cuando termines todo lo pendiente. Pospón ese café que te apetece ahora hasta el momento de relajarte: te aseguro que te sabrá mucho más rico con la satisfacción del deber cumplido.

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